Botellas de vicio
Día 6
Es viernes. Se acerca el día. Voy a embotellar. Hace unas semanas que he ido guardando recipientes pero con ellos no llego ni a la mitad de mis 24 primeros litros. Espero que en mi cervecería de cabecera, The Drunk Monk, me hayan guardado el vidrio suficiente. En su almacÉn me espera una caja entera de botellas, pero tampoco basta: 24 litros por tres botellas de 33Cl cada uno hacen un total de ¡72 botellas! Mi amigo MoisÉs me llena una segunda caja con las que acaban de servir en la barra. ¡QuÉ majo!
Al llegar a casa me doy una fiesta olfativa con los recipientes que hasta hace una hora o dos contenían líquidos mágicos y deliciosos. Una Black Ipa de Rogue desprende un perfume a lúpulo maravilloso; el humo aún presente en la Rauchbier de la Brauerei Heller Bamberg; el aroma a malta y caramelo de la Caribbean Rumstout de Hornbeer o de la Bommen Granaten de De Molen…Es para volverse loco de placer. Me pasaría la tarde oliendo botellas de cerveza vacías.
Día 7
Me levanto tarde y lo primero que hago es ir al estudio donde reposa mi querido mosto en transición, cerveza o lo que sea en lo que se ha transformado en estos 6 días. ¡Maldición! ¡Alguien se ha dejado la puerta del estudio abierta! Con el frío que hace y el gato con botas suelto por ahí intentando meterle mano a las levaduras. Espero que no le haya afectado. Me quedo un rato observando el airlock. Nada, ni un glub, glub que me saque de dudas. Bueno, me ha pasado otras veces durante la semana. No voy a preocuparme. No, esta vez no. Espero que las levaduritas no se hayan congelado.
Llega el momento de presentarme al densímetro. Mientras me tomo el desayuno, leo las instrucciones de este aparato al que no había tratado en la vida. Me doy cuenta que tenía que haber medido la densidad al principio y al final para calcular la graduación alcohólica apropiada. Otro fallo de novato. ¿Y ahora quÉ hago? Un momento, hay un indicador en el densímetro que pone “bottle”. Así me gusta, que las cosas sean fáciles. Ya me complicarÉ la vida más adelante.
Pongo el fermentador encima del escritorio. Enfoco la probeta al grifo y ¡alehop!: un líquido amarillo inunda la probeta y, para mi satisfacción, tambiÉn aparece una espuma preciosa. En ese momento me doy cuenta de que estoy a punto de probar mi primer brebaje. Pero primero hagamos trabajar el densímetro: la espuma no me deja ver si ya está para “bottle” o no. Cuando Ésta desaparece puedo hacer la lectura: le falta poquísimo, pero todavía no puedo embotellar. Pues el lunes me voy de viaje. ¿Y si mañana el densímetro tampoco llega a bottle, quÉ hago? Llamo a mi suegra: “Oye, sí, perdona, además de dar de comer al gato, ¿te importaría embotellar 72 botellas de cerveza?”. No cuela. Va a tener que ser mañana o no será.
Llega el momento de catar mi obra. La huelo y se me pasan por la cabeza media docena de contaminaciones. Puede que sean imaginaciones mías o que, simplemente, la cerveza no huele a cerveza bien hecha hasta que está terminada. Opto por creerme la segunda opción y tomo un sorbo de la probeta: ¡sabe a rayos! Que no cunda el pánico: tampoco he tomado muchas cervezas a medio hacer. Esta recuerda a una especie de oporto suave y con un poco de gas.
Al cabo de una hora decido volver a beber unos sorbos. Bueno, no está tan mala. Tiene su encanto. Me está pasando, lo estoy viviendo en mis carnes: el efecto “amor de padre homebrewer”. He visto defender a capa y espada cervezas imbebibles a decenas de homebrewers cuyo paladar hasta ese momento había sido completamente normal. Pero hicieron su cerveza y, plas, les salió el doctor Hide. “Pues yo creo que está bien. Tiene su personalidad”. Su personalidad y dos o tres contaminaciones más, majadero. Pero al parecer no se puede evitar. Claro, son tantos días esperando, cuidándola y, sobretodo, haberle dado vida uno mismo. No amar a ese producto, por malo que sea, sería como pedirle al doctor Frankenstein que no amase al monstruo que creó con sus manos. Mira que mona. Es mi cerveza y la quiero. ¿Defectos? No, ninguno. Tiene personalidad. Mucha personalidad.
Día 8
El domingo vuelvo a medir la densidad. Está cerca de bottle. Dos días marcando lo mismo y las burbujas espaciadas por más de un minuto y medio: voy a embotellar. Esta vez no voy a ser tan valiente y voy a hacer caso de los manuales que dicen que al hacer cerveza mejor ser dos o tres. Llamo a Lluís, uno de mis amigos expertos, y viene encantado a casa con un par de cervezas bajo el brazo. Yo tambiÉn le tengo guardada una sorpresa.
-¿Y la dextrosa?
-¿Perdón?
-En la segunda fermentación en botella tienes que añadirle dextrosa para que se activen las levaduras y se produzca la carbonatación de la cerveza.
-Vaya, pues no tengo dextrosa.
-Entonces azúcar.
Mi amigo hace un cálculo de la cantidad de azúcar que tengo que añadir por litro. En total, 110 gramos. Cojo mosto y lo pongo a hervir en una cacerola con el azúcar. Cuando se ha disuelto del todo, lo dejo enfriar. Mientras, trasladamos la cerveza a otro contenedor para evitar posos. En mi caso, al macerador que todavía no he utilizado. Ya puedo añadirle el almíbar al mosto.
Ahora toca preparar la solución para limpiar las botellas. Mientras empiezo a llenar las primeras, abro la sorpresa que le guardaba al colega: una Magic Ghost de la Brasserie Fantome.
Excelente. Dicen que el color verde se lo dan con espinacas y no con el tÉ verde que contiene. Mientras voy dando un sorbo y embotellando, mi amigo me pregunta si he hervido las botellas previamente. Pues no, contesto. Y me explica que Él las suele poner en el lavavajillas antes. No hay tiempo. Es tarde. Las lavo a conciencia con la solución de oxígeno activo y continuo llenando botellas. En algunas ocasiones las lleno demasiado, sin dejar margen de aire en la parte superior. Otro error.
Mi amigo abre una de sus cervezas: una recreación de la Punk Ipa de Brewdog pero a la que ha añadido otras maltas y lúpulos. Impresionante. Hace tan solo un año que hace cerveza en casa y ya puede elaborar esta virguería. Me saco el sombrero mientras la degusto: ¡¡Pedazo IPA!! Mientras, voy terminando con las botellas pequeñas. Llega la hora de llenar las botellas de 75 de cava. Pero, un momento, aquí hay algo que no encaja: solo tengo chapas pequeñas. Vamos a casa de mi amigo a buscar chapas grandes y una chapadora mayor. Al final lo conseguirÉ.
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